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Hoy retomo un camino, el de regresar a los textos que no dependen del canon académico y no necesariamente son el resultado de la producción asociada a los proyectos que desarrollamos desde la empresa. De allí que la alusión central a mi mantra personal, lo colaborativo, es el foco de reflexión de esta entrada de blog.

Unos 10 años atrás, la revolución de la web social trajo consigo un conjunto de nuevos términos, prácticas y promesas, a las que de a poco nos fuimos articulando. Uno de esos términos fue el de la colaboración y colaborativo, como aquello que prometía ir mas allá de lo colectivo o lo grupal; en la medida que se dotaba al termino de la promesa de estar juntos, de reconocernos en un deseo y un anhelo común por encontrarnos para construir de forma distribuida y sin la exigencias del encuentro presencial.

De a poco los medios y las medicaciones que comenzaron a florecer y popularizarse para facilitar este nuevo tipo de interacción, vieron nacer todo tipo de experiencias que parecían ser la validación concreta de que la promesa de lo colaborativo había llegado para quedarse: los movimientos de pro-común, science-commons y creative-commons; el crowd-sourcing y el croud-funding, son ejemplo de ello.

Hoy creo que es bueno dar un par de pasos atrás o a un lado para mirar este fenómeno mas allá de las formas de relacionamiento mediada por la ciber esfera de iniciativas y plataformas, para preguntarnos por la cultura y la ética que facilita que unos contextos avancen tan velozmente en estas prácticas, mientras que otros aún aparecen en un estado embrionario, Colombia para el caso.

Lo colaborativo necesariamente es un gesto de reconocimiento del Otro, en sus potencialidades, expectativas y capacidades: qué pasa con este principio en una sociedad donde hemos acumulado y transferido de generación a generación una práctica de sospecha y desconfianza sobre ese Otro? Cómo desplegar prácticas colaborativas sobre nociones tan arraigadas como “Papaya puesta, Papaya partida”, “El vivo vive del bobo”, “en tierra de ciegos el tuerto es el rey”, “lo importante no es ser sino parecer”, “sin palanca no se llega a ninguna parte” , ” lo malo de la rosca es no estar en ella”

Todas y cada una de estas expresiones que se tratan con banalidad y se usan en todo tipo de contextos, trascienden el mundo de los imaginarios hacia las prácticas cotidianas para convertirse en ficciones operantes que lejos están de favorecer los principios mencionados de reconocimiento del Otro sobre y desde su capacidad y potencialidad.

Cada vez que se toma ventaja en los proyectos, las ofertas, la línea, el carril, el semáforo, etc, estamos desplegando gestos de borramiento y desconocimiento del Otro. La cultura empresarial y comercial del “When Yes means No” desconoce los esfuerzos de aquellos que sobre la confianza de lo dicho despliegan recursos que luego son desperdiciados por esa mala práctica de falta de coresponsabilidad. En la media que desde un inicio el Otro no haga parte del mismo espacio de sensibilidad que nos obliga a ser responsables en la generación de expectativas, poco importa el desbalance de esfuerzo que un grupo o una persona le imprima a sus iniciativas.

Lo colaborativo antes que plataformas y funcionalidades de la revolución digital, es un ética, un práctica de compromiso con lo bien hecho, construido con el Otro, sin pasar por encima de él. Sin una nueva ética de la colaboracción, muchas de las promesas de la inteligencia colectiva, el valor compartido, la innovación social; no pasarán de términos nominativos de eventos, convocatorias y discusiones que leemos sobre las experiencias de otros, esos otros lejanos que parecen de otro planeta: uno en donde la confianza, el reconocimiento, el esfuerzo y el intercambio de talentos hacen parte de la ecuación que nosotros seguimos sin atrevernos a resolver.

Como en una pista de baile vacía, si quieres que se llene, que seas tu el primero en salir. El cambio es ahora, las ventanas de oportunidad no están abiertas por siempre; y sin cambios fundamentales en las ficciones operantes de nuestra colombianidad, se nos seguirá pasando por alto que el nuevo horizonte de competitividad es el talento y las nuevas inteligencias, con las habilidades de lo colaborativo a la base de muchas de ellas.